Si se ha de cumplir un sueño que se haga con estilo. Eso es lo que siempre habíamos dicho y eso es lo que conseguimos.
Porque, ¿hay algo con más estilo que deslizarse por una carretera sinuosa al borde del mar con un impresionante Cadillac?
Era una fantasía que habíamos pergeñado mi amiga y yo en tiempos de instituto y que parecía olvidada.
Pero la cumplimos y, además, lo hicimos con nuestros dos inseparables gatos recostados en el asiento trasero de ese coche que para nosotras es todo un mito.
Si no te separas de estas líneas te vamos a contar todos los detalles de nuestra aventura y estamos convencidas de que te va a encantar. Vamos allá.
¿Cómo empezó la aventura?
Todo comenzó en una boda.
Una tercera amiga nos invitó. Se casaba. Estábamos muy felices por ella. De hecho, prácticamente ya todas nuestras amigas se habían casado y habíamos asistido en los dos últimos años a muchas celebraciones.
Allí estábamos nosotras, con flores en el pelo y vestidos blancos de telas ligeras porque nos estábamos acercando al verano.
Parecíamos adolescentes, la verdad. Fueron momentos muy divertidos porque, claro, te encuentras con un montón de chicos y chicas con los que habías compartido pupitre.
Brindis con cava, parlamentos, besos, bailes… Lo típico de una boda hasta… que lo vimos.
Era un Cadillac aparcado justo al lado del recinto donde estábamos celebrando la boda.
Brillaba. Se nos hizo así todavía más atractivo. Parecía un espejismo, pero no. Allí estaba.
Era como una señal. Era el coche que había traído a la pareja de novios y nos hizo recordar la promesa que nos hicimos en nuestros tiempos de estudiantes.
No hizo falta decir nada
Nos miramos. No hizo falta decir nada.
—¿Y si lo alquilamos? —preguntó mi amiga, con esa chispa en los ojos que aparece cuando algo importante está a punto de suceder.
—¿Y si cumplimos el sueño hoy? —respondí yo, sabiendo que ya habíamos tomado la decisión.
Dicho y hecho. Ya no veíamos el momento que se acabara la boda para empezar a planificar nuestra aventura con un Cadillac.
Aunque cansadas por la boda, esa misma noche y mientras descansábamos en el sofá junto a nuestras dos gatas que se enredaban por nuestras piernas, buscamos en nuestros móviles qué empresas alquilaban Cadillacs en nuestra ciudad.
Solo había una. Y solo disponían de un modelo. Así que no hacía falta preguntar. Íbamos a alquilar el mismo Cadillac que habíamos visto en la boda de nuestra amiga.
Lo reservamos ipso facto porque, de hecho, lo habíamos visto hacía pocas horas y nos había encantado.
Un par de “clics” y ya lo teníamos. Nos quedamos todavía un rato despiertas hablando de música, de vestidos, de rutas… Todo debía ser perfecto y todo debía recordarnos a nuestra juventud. Era una auténtica aventura vintage.
Nuestros gatos no se iban a quedar atrás, claro que no. Odín, el Bengalí, con su porte salvaje y mirada de emperador, y Coco, el British Shorthair, redondito, elegante y algo snob, serían parte de esta pequeña “película personal”.
Para que ellos también tuvieran ese “tono vintage” que queríamos impregnar, les compramos unas gafas de sol y unos arneses con más estilo.
Llegó el día
El Cadillac nos esperaba en la empresa de alquiler. El dueño de la empresa nos dedicó una amplia sonrisa. Nos abrió la puerta como si fuéramos estrellas de cine, o eso nos pareció. Estábamos totalmente inmersas en nuestro papel
Empezamos a conducir. Durante los primeros kilómetros no pudimos esconder que estábamos nerviosas.
Llevábamos pañuelos anudados al cuello, labios rojo vino. En nuestra modesta opinión, conseguimos ese aire “años 50” que pretendíamos.
La música sonaba desde un pequeño altavoz escondido en el asiento trasero: jazz suave, voces antiguas, melodías que encajaban perfectamente con el sonido del motor deslizándose sobre el asfalto.
Odín se acomodó junto a la ventanilla abierta, su hocico disfrutando del viento. Coco, en cambio, prefirió el regazo de Clara, observando todo con esa mirada calmada que parece juzgar al mundo sin decir una palabra.