Navegar con gatos: aventura náutica con bigotes

Dicen que las aventuras no siempre empiezan con mapas o brújulas, sino con una simple frase:  “¿Y si...?” Desde luego que jamás hubiéramos imaginado que podríamos navegar con gatos.

Cuando nuestro amigo del club náutico nos dijo que ponía su fueraborda a nuestra disposición se nos abrieron los ojos como platos.

Por supuesto que queríamos aprovechar esta posibilidad. Y a continuación nos vino a la mente un reto: “¿Y si nos llevamos a nuestros gatos”.

Así comenzó nuestra pequeña odisea marina.

Lo estábamos hablando en nuestra casa mientras Pili i Mili nos observaban. Sus caras reflejaban algo de sorpresa, curiosidad e intranquilidad.

Parecía que se estaban preguntando: “¿Qué estarán tramando estos dos? ¿En qué lío nos van a meter?

Pili es nuestra gata bengalí. Salvaje, elegante y con la energía de un gato que siempre parece haber tomado un gramo de cafeína de más. Activa, muy activa. Activa e inquieta.

Mili, en cambio, es una británica de pelo corto. Tranquila. Majestuosa. Con esa mirada que rezuma inteligencia. Es Mili quien, cuando te mira, te da la impresión de que sepa de qué estás hablando.

En esta ocasión, sus miradas y sus “recelos” coincidían. Estaban descansando en sus colchones especiales y no querían por nada del mundo que nadie les molestara.

Pero nosotros estábamos dispuestos a llevárnoslas a navegar. Claro que no sería la vuelta al mundo, pero, desde luego, sería una aventura de lo más bonita.

 
 


Preparando la travesía. Más complicado de lo que parecía

Si una cosa sabemos -y sabe todo el mundo- es que, salvo algunas excepciones, los gatos no se llevan nada bien con el agua. Mucho menos con el mundo marino.

Y eso que -nos reímos a carcajadas tan sólo con pensarlo- que el mar y los océanos están llenos de peces.

Nos pusimos a navegar también. Esta vez por internet. Teníamos curiosidad por saber qué es lo que se necesitaba para que dos gatas, a las que les cuesta acercarse a la bañera, pudieran navegar sin ningún contratiempo.

Bien es cierto que esto, es decir, la fase de investigación y preparación, era algo también que se podía considerar como egoísta. Nos hacía mucha ilusión esa pequeña travesía y queríamos que todo saliera a pedir de boca.

Cuando empezamos a leer un artículo sobre cómo navegar con gatos… ¡¡Tierra trágame!! Tendríamos que posponer la aventura algunas semanas.

Los consejos de los expertos para navegar con gatos

Efectivamente. Todos los expertos consultados, incluyendo a nuestro veterinario habitual, coincidían en una cosa: lo principal es habituar a las gatas al mar.

Vamos. Que antes de embarcarse en una travesía habría que subirlas en una pequeña barca para que se fueran acostumbrando al “vaivén” de las olas.

Pero eso no era todo. Si una mascota jamás ha subido a un barco o velero, la primera experiencia es fundamental.

Imagina que sube al barco y “estalla” una tormenta. Es muy posible que se asusten y que jamás quieran volver a repetir la experiencia.

Así que no quedaba otro remedio que consultar los partes meteorológicos y asegurarse que en el momento de embarcar las condiciones climatológicas no causarían un rechazo eterno al mar.


Un paseo por las tiendas de mascotas

A estas alturas de relato no es necesario indicar que nuestras gatas son parte de nuestra familia y que, por descontado, vamos a velar siempre por su seguridad.

Así que no tuvimos más remedio que ir de visita a la tienda de mascotas. Pero no una cualquiera, sino una muy especializada.

¿Y esto por qué? Porque al igual que nosotros, Pili y Mili necesitaban un chaleco salvavidas.

No se puede dejar nada al azahar en una travesía por mar, sea esta larga o corta, dure un día o des la vuelta al mundo.

Evidentemente, nuestro amigo, el propietario del fueraborda, no tenía chalecos salvavidas para mascotas. Era algo lógico. Él era un “lobo de mar”, un apasionado por la navegación y jamás se le había ocurrido que un barco era un lugar adecuado para gatas.

Cuando ya teníamos los chalecos salvavidas, nos asaltó una duda: ¿era conveniente que navegáramos con ellas utilizando un transportín?

La respuesta no podía ser otra que sí. Que el transportín, al igual que lo utilizamos cuando viajan con nosotros en coche, era fundamental.

Un resbalón, una ola traicionera, un viento repentino… podría acabar con nuestras mascotas en el mar.

Tendrían que navegar en transportín. Era lo más seguro. Y pensamos que, en determinados momentos, cuando las tareas propias de la navegación, nos lo permitieran, las podríamos sacar de sus transportines.

Pero, ya se sabe, más vale prevenir que curar.

¿Cómo prever los mareos?

Nuestro anfitrión nos hizo una pregunta que no esperábamos: “Escuchad -espetó- ¿habéis comprobado si vuestras gatas se marean?”

No lo hacían en el coche. Pero ¿se marearían en un barco? ¿Se puede prevenir?

Volvimos a nuestro veterinario y nos dijo que era posible que se marearan. Por si acaso, nos dio unas pastillas y nos aconsejó que no les diéramos de comer una hora antes de salir con la embarcación.

Nos indició que no olvidáramos bajo ningún concepto llevar agua fresca.

El día de la aventura

Fueron muchos preparativos. Pero el día llegó.

Era un atardecer que a nosotros nos pareció el más maravilloso del mundo. El cielo estaba limpio, el mar en calma, soplaba una brisa muy ligera… Todo era perfecto.

Llegamos al puerto con una mezcla de emoción y nervios. Pili y Mili, desde sus transportines, nos observaban con atención. No decían nada, pero sabíamos que estaban observándonos en todo momento, expectantes por lo que iban a vivir por primera vez en sus vidas.

Subimos al barco. Lo primero fue colocarlo todo en orden: sus transportines asegurados, agua fresca, y, por supuesto, sus chalecos bien ajustados.

Navegamos durante un buen rato y cuando consideramos que todo estaba seguro abrimos las puertas de sus transportines.

Pili fue la primera en salir. Su instinto explorador no le permitió quedarse dentro mucho tiempo. Se acercó al borde del barco y, con sus ojos enormes, observó el agua como un territorio nuevo que, evidentemente, estaba descubriendo en ese momento.
 Mili, en cambio, tardó más. Salió con precaución. No se fiaba de lo que estaba viendo, de “ese cambio de paisaje”.

Pero al final, estaban nuestras dos gatas allí, sobre la cubierta, el viento agitándoles los bigotes, mirando el mar como si lo hubieran estado esperando toda la vida.

Estábamos en familia.


Recordando los tiempos vintage con nuestros gatos y un Cadillac